China ordena reubicación

Como reporta Tim Johnson en un reciente artículo del periódico McClatchy, en una campaña masiva que recuerda la ingeniería socialista de una era pasada, el gobierno chino decretó la reubicación de unos 250,000 tibetanos –casi un décimo de la población– en nuevas “villas socialistas”, obligándoles a pagar su costo y sin considerar su parecer o derechos individuales. Las autoridades locales llaman a este proyecto “la iniciativa para una vivienda confortable”, cuyo objetivo declarado es presentar un nuevo rostro al visitante del Tibet, en víspera de los juegos olímpicos del 2008 que se llevarán acabo en la República Popular China. A su vez, los oficiales regionales afirmaron que estas viviendas, a ton solo un par de kilómetros de los antiguos hogares de los tibetanos reubicados, les facilitará el acceso a colegios trabajos, como también a un mejor cuidado de salud e higiene.



Sin embargo, el objetivo real de esta “reconstrucción del Tibet –región con su propia cultura, idioma y tradiciones religiosas– es garantizar un mayor control político y social sobre su población. Un elemento vital de la estrategia, es minimizar la influencia que todavía hoy ejerce sobre el pueblo tibetano el Dalai Lama, líder temporal y espiritual del pueblo tibetano y ganador del Premio Nóbel de la paz. El gobierno Chino espera reemplazarlo tras su muerte con un sucesor elegido por el estado, y en el ínter, inundar al Tibet con inmigrantes chinos Han. Con esto en mente, el gobierno central ha invertido cientos de millones de dólares en la construcción del ferrocarril Gnomo Lhasa, así como en diversos proyectos de desarrollo en Tibet, buscando impulsar su economía, manteniendo una gran presencia militar en su territorio y vigilando a la ciudadanía mediante un vasto y complejo aparato de seguridad implementado en las calles urbanas y los monasterios.

Algunos tibetanos, incluyendo agricultores y ganaderos entrevistados en la aldea de Zengshol, dicen estar contentos de encontrarse en instalaciones que son mejores que sus ancestrales hogares de ladrillos de barro. En otras aldeas, cuadrillas chinas evitaron que un reportero visitante hablara con los residentes. Aparte de un medio estatal que proclamó que hubo “flamantes sonrisas” en los rostros de los granjeros y pastores, mientras construían y se cambiaban a sus nuevas viviendas en lo que llamó “villas socialistas”, los medios informativos chinos casi no cubrieron esta reubicación forzada.

Los periodistas extranjeros, son sujetos a fuertes restricciones para reportar libremente desde el Tibet. Una vez por año, bajo guía del Ministerio del Exterior, los periodistas internacionales son invitados a visitan el paós con el designio de comunicar la propaganda oficial del partido comunista. De pretender llevar acabo investigaciones individuales o entrevistar a la población abiertamente, arriesgan su deportación o encarcelamiento.

La primera noticia crítica sobre este rehacer del paisaje tibetano, emanó de la organización Human Rights Watch en Nueva York, quien citaba la opinión de los tibetanos que huían del país, cruzando las montañas del Himalaya hacia Nepal.

El mes pasado, haciendo varios viajes fuera de Lhasa, Tim Johnson, un reportero del periódico McClatchy, recorrió 800 millas de caminos y vio la transformación forzada del campo. En los nuevos asentamientos, los multifamiliares construidos en serie forman líneas en intervalos regulares en los caminos, impresionando con su uniformidad. Los asentamientos varían en tamaño pero conforman casi pequeñas ciudades, por lo general más grandes que las aldeas abandonadas. Como es de esperarse, la bandera roja de China vuela sobre cada casa.

En Zengshol, los rostros no estaban exactamente radiantes, pero los granjeros se rehusaban a exclamar cualquier queja. Algunos expertos dicen que las reubicaciones han eliminado a los campesinos pobres y podrían traer prosperidad.

“Ha creado un impulso en la construcción”, dijo Melvyn C. Goldstein, un antropólogo social y experto en Tibet en Case Western Reserve University en Cleveland. “Pienso que fenomenalmente es un éxito, más de lo que hubiera imaginado”.

Los testigos de Huma Rights Watch contaron una historia distinta. Los campesinos deben aceptar prestamos de varios miles de dólares para pagar las casas, que valen en promedio $6.000 dólares, a pesar de que los ingresos rurales por año no superan los $320 dólares en esta región profundamente empobrecida. “Ninguno de los entrevistados informó que se le otorgara el derecho a desafiar o rehusarse a participar en la campaña”, dijo el grupo defensor.

En añadidura, los oficiales locales a menudo malversan los fondos designados, afirmó el grupo, y parte de la tierra que dejaron los campesinos está siendo usada para proyectos de minería y otras iniciativas. Los agricultores que no pueden devolver el dinero de los préstamos bancarios pierden como castigo el derecho a ocupar sus hogares.

Probablemente, la crítica más fuerte al programa surge de la forma en que éste se inició, sin consulta o consentimiento previo, de forma totalitaria y antidemocrática, sin debate o consulta pública en una iniciativa que claramente evoca eras pasadas cuando el pueblo rural servía como peon en un tablero diseñado para el desarrollo.

Los expertos chinos dijeron que el congregar a los tibetanos era la única forma de proporcionarles las oportunidades para romper la pobreza rural en los valles montañosos. “No hay agua, no hay electricidad; son áreas muy frías, sin pasto alguno. Es casi imposible ayudarlos sin reubicarlos”, dio Liu Hongji del Centro de Investigación de Tibetología de China en Beijing, un centro de analisis gubernamental. Algunos expertos extranjeros tienen una opinión distinta, asegurando que las reubicación puede generar un tipo de resentimiento social que China está lista para sofocar.

“Parece haber mucha insatisfacción”, dijo Robert Barnett, un experto en Tibet en Columbia University, “es un proyecto social masivo, no quiero llamarlo de ingeniería, pero de un cambio social forzado, fuertemente regulado, sin el cuidado normal del consenso y la consulta”. Claramente, la iniciativa evoca a la “ingeniería social” de Joseph Stalin que implicó la reubicación de pueblos enteros dentro de la Unión Soviética, trasladándolos a vastas distancias de sus lugares natales.

Son muchos los argumentos que los burócratas chinos presentan a favor de la modernización de la región. Uno de ellos siendo el que las nuevas viviendas obligarán a los tibetanos a dejar de vivir en el mismo lugar que sus animales, por ende, se luchará contra la enfermedad endémica relacionada a la proximidad al ganado.

No obstante, lo que los refugiados tibetanos en Nepal comunicaron a Human Rights Watch, es que los aldeanos reinstalados no tienen dónde mantener a sus animales, que son su principal fuente de subsistencia. En añadidura tienen que caminar grandes distancias para acceder a sus tierras de pastoreo.

Ante el cercano colapso del sistema de salud chino y la falta de atención del gobierno al procesamiento de los alimentos, que llevó a un gran temor por la comida para animales domésticos en Estados Unidos y Canadá, los críticos argumentan que los beneficios de salud no son más que un escaparate para el reforzamiento del control político del Tibet. Como puede inferirse entonces, el programa tiene vastas implicancias sociológicas.

Goldstein hizo notar que el ubicar a chinos Han en las principales ciudades de Tibet ha ya debilitado la influencia de las elites tibetanas tradicionales. “Las ciudades se perdieron”, dijo Goldstein, refiriéndose a la demografía desde un punto de vista tibetano. “La última esperanza es mantener las aldeas intactas. Si es que hay un área de batalla para la identidad
tibetana, ésta se encuentra en las áreas rurales”. Tristemente estas también se pierden día a día a la inmigración china y el control burocrático de los oficiales locales. Pronto el antiguo Tibet será para nosotros tan solo una memoria.